Donde la fe se hace carne: la Capilla del Carmen en San Pedro, un relicario de oro y esperanza


Hay rincones que no figuran en las guías ni en los itinerarios turísticos, pero que guardan dentro de sí todo el peso de lo sagrado. Lugares que no hablan en voz alta, pero cuya sola presencia deja en silencio al visitante. Así es la Capilla de Nuestra Señora del Carmen en la Parroquia de San Pedro, sede de nuestra Cofradía, en el corazón amurallado de Dalt Vila.


Nada más cruzar la nave central, al primer golpe de vista hacia la izquierda del altar mayor, se descubre esta joya escondida. No reclama atención, no se impone: simplemente está. Y en su estar, todo se vuelve más íntimo, más cálido, más verdadero.


Allí, sobre un pedestal sobrio pero firme, se alza Nuestra Señora del Carmen, coronada, maternal, con el Niño Jesús en brazos y el escapulario en la mano derecha. Sus ojos parecen mirarte directamente, pero sin exigencia alguna; es una mirada que abraza. Es María que acompaña, que guía, que acoge.


El Niño, con gesto sereno, bendice mientras mira al frente. Ambos, Madre e Hijo, parecen decir sin palabras: “Aquí Fotografía: M Nieves Jiménez Bonet estamos, con vosotros”. El escapulario que la Virgen extiende no es un adorno: es una promesa. Una prenda para el alma. Una de esas señales invisibles que durante siglos han sostenido a los que caminan con fe.


La imagen está enmarcada por un retablo barroco dorado, cuya riqueza no deslumbra por ostentación, sino por profundidad teológica. Todo en él, las volutas, los relieves, los matices del oro envejecido, está pensado para elevar la mirada, para invitar al recogimiento, para señalar que ese rincón no es cualquier rincón: es un umbral al misterio.

 

Justo a los pies de la imagen, en el centro del banco del retablo, se encuentra una cartela escrita en latín, casi tallada en oro, que recoge las palabras más sagradas de la liturgia: HOC EST ENIM CORPUS MEUM… HIC EST ENIM CALIX SANGUINIS MEI, NOVI ET AETERNI TESTAMENTI: MYSTERIUM FIDEI, QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDETUR IN REMISSIONEM PECCATORUM. Son las palabras de Jesús en la Última Cena. El centro mismo de la fe cristiana. La Eucaristía proclamada en oro. Porque si algo merece ser escrito, es ese milagro cotidiano que ocurre sobre cada altar.


La ubicación de esta capilla no es casual. En tiempos del convento de Santo Domingo, esta capilla, como muchas otras del templo, fue utilizada por los frailes dominicos, grandes predicadores y defensores del Rosario. El templo que hoy conocemos como Parroquia de San Pedro fue, en su origen, iglesia del convento dominico fundado en el siglo XVI, trasladado desde el campo a Dalt Vila para protegerse de los ataques piratas.

 

Aquel convento vivió siglos de oración, estudio, silencio y palabra. Y aunque el paso del tiempo y los avatares de la historia lo convirtieron en parroquia, su alma sigue intacta. Cada capilla lateral, especialmente esta, es como una página de ese libro de fe que Ibiza sigue escribiendo desde hace más de 400 años.


Hoy, quienes se detienen ante esta imagen de la Virgen del Carmen no solo veneran una escultura. Están participando, aunque sea por un instante, de esa cadena de devoción que atraviesa generaciones. Están pisando el mismo suelo que pisaron los frailes, los marineros, las madres, los niños, los ancianos… todos ellos poniendo sus anhelos, miedos y gratitudes a los pies de la Reina del Carmelo.

 

Y cuando levantan la vista y leen la inscripción dorada, quizá no comprendan el latín. Pero entenderán lo esencial. Porque esa cartela no está ahí para ser descifrada como una piedra antigua, sino para ser sentida como una proclamación de amor eterno.